“Soy como Dexter, pero no con humanos”, bromea Gael Langevin, recién llegado a Barcelona desde París. Repartido en dos maletas, lleva un cuerpo descuartizado. A diferencia de los que manejaba el asesino de la serie de Showtime, se trata del cuerpo de un robot. Asegura no haber tenido ningún problema en el aeropuerto. Escultor de profesión, Langevin modeló hace siete años la estructura de un autómata de tamaño humano cuyas partes se pueden reproducir en casa con una impresora 3D. Luego aprendió a programar y buscó ayuda de expertos para dar vida a su creación, que compartió al completo en la gran red. Calcula que actualmente existe una tribu de unos 1.000 autómatas inMoov en todo el mundo, no todos enteros pero sí con un mínimo de dos brazos.
Todo empezó cuando un cliente de Langevin le pidió que moldeara una prótesis de una mano. Al final el encargo fue cancelado, pero él siguió. Se inspiró en una de sus extremidades superiores para construirla y le añadió un motor. Colgó el modelo 3D y un tutorial del proceso de creación en internet. “En dos meses 7.000 personas se habían descargado la mano”, cuenta. Y decidió ir aún más allá y construir un robot entero, inspirado en su propio cuerpo pero mejorado, “con bíceps más grandes y la espalda más ancha”. Langevin eligió colaborar con el creador de un software llamado My Robot Lab, el norteamericano Greg Perry, para dotar su obra de habilidades. «Normalmente la carcasa del robot se hace lo último, yo lo hice al revés», apunta. Ahora el robot es capaz de hablar nueve idiomas, ver a través de las cámaras que lleva en los ojos, reconocer a personas y coger objetos.
“Puede memorizar tu cara y podría guardar tus datos en un servidor. Luego, todos los robots inMoov serían capaces de reconocerte y, saber, por ejemplo, si estás casado o tienes un perro”, explica Langevin. Este funcionamiento en red de los autómatas aún no está en marcha. “Tenemos que pensar mucho en ello a nivel ético”, reflexiona. Ante una posible amenaza futura de los robots hacia los humanos, Langevin destaca la importancia de que los proyectos de inteligencia artificial sean de código abierto, como el suyo. “Si algo va mal, todo el mundo tiene que tener acceso a él. En el software propietario solo pueden tocarlo los creadores y eso es más arriesgado”, opina. «Hemos visto escenarios muy malos en las películas y en los libros, tenemos que aprender de esto», concluye.
Como quisiera poder hacer uno de mi.
Tanto ingenio sorprende